Una fábula americana
Muchos escritores de la cole están sobrevalorados. No es el caso de Carlos Marx ni el de Ernesto Semán. ¿Será sí el de Felipe Roth?
A los escritores de ficción, esas personitas tan enfermas de importancia como irrelevantes en la vida real, cuando logran imponerse como marcas en el vil mercado literario, se los suele agasajar con palabras condescendientes. No hacen daño y son gratis, las palabras. Las editoriales fogonean esta indulgencia con una metralla de lugares comunes.
Roth, anciano, norteamericano de Nueva Inglaterra, tiene comprados todos los números en la rifa de la unanimidad elogiosamente perdonavidas: es el mayor escritor estadounidense vivo, la voz de la América perdida, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera. Felipe Roth (si a Marx se le traduce el nombre de pila, por qué no traducírselo a su correligionario) se alzó con todos los premios que otorga la maquinaria literaria estadounidense. Dicha maquinaria es una alianza de universidades, editoriales y medios de comunicación. Una alianza con mucho aceite, que logra con creces su objetivo de imponer en el mundo la marca Estados Unidos. Para que todas las almas sofisticadas de la periferia quieran ser escritores yanquis.
Roth, entonces. Un engranaje más de la fabulosa fábrica de wannabes. El consenso sobre el amigo Felipe es aplanador. No hace una semana que le condescendieron otra “distinción”, el Man Booker Prize, un kiosco de lavado de imagen de un antiquísimo gigante financiero, el Grupo Man. Aunque hay que decir que una de las integrantes del jurado, una mujer, una feminista, bueno, salió con los tapones de punta contra Roth. Dijo que prefería que le dieran el premio a Juan Goytisolo o una mujer china. Hm. La verdad que la literatura anglo sigue siendo mayormente cosa de hombres, protestantes o semitas. Terreno proclive para la acción afirmativa.
Acá, en el plano del cabotaje, Némesis –la novelita que queremos comentar-- fue saludada por dos imaginistas políticos de fuste, el gambeteador oficial Mario Wainfeld y el zorro de las oraciones unimembres Jorge Cayetano Asís. Quizás porque habla de tiempos idos, de la era de la polio y el aterrizaje americano en las playas de Normandía. Pero esto significa que lo de Roth paga más allá de la feria esquelética por donde circulan las mercancías literarias locales. Al menos paga también entre columnistas políticos de la generación de los baby-boomers.
En el plano de los vuelos internacionales, en tanto, un psicópata sudafricano que ganó esa estafa llamada Premio Nobel, esa institución ordenadora del caos literario inventada por los nórdicos, un psicópata sudafricano que sí ganó el Nobel escribió en el suple del New York Times una cosa trabajosa, densa, sobre Némesis. Felipe Roth, a diferencia del psicópata, no ganó el Nobel. Pero tiene, por supuesto, un par de de números comprados en la próxima rifa.
Némesis, situada en dos escenarios de Nueva Inglaterra, cuenta una de las últimas epidemias de polio en los Estados Unidos, ocurrida bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, un hombre que había padecido esa enfermedad. Mientras la mayoría de los chicos de su edad exportan a golpes de metralla el mito americano desalojando de Europa al Conductor alemán, Bucky Cantor, un joven de la cole desafectado del ejército por un problema de visión, enseña gimnasia en un centro de verano de Newark, y ve caer uno a uno a sus pequeños alumnos, muertos o con restricciones físicas graves.
La historia es prolija, dramática, plena (como Caperucita Roja, Blancanieves y los siete enanos y tantas otras) de golpes bajos y elipsis, de metáforas, en este caso, sobre la peste, sobre el destino, la voluntad, la elección y el azar. Una fábula adornada, como bien señala el psicópata sudafricano, con esas alusiones a las historietas de los dioses griegos a los que todavía es afecta alguna gente de bien. Con un cantito que atrapa lentamente, que envuelve al lector, como suele decirse, con humoradas solapadas entre lo micro y lo macro. Roth pasa la bibliografía con la que se documentó para recrear la época: allá en USA no es como acá, allá los escritores se documentan, trabajan en serio. Una fábula correcta sobre un tiempo perdido: casi hasta el final, no parece justo que Roth sea merecedor de tantos elogios, aun cuando este sea un texto deliberadamente menor de su obra.
Pero (y vamos a clavar acá un spoileo moderado), en tiempo de descuento el viejo Roth da un salto mortal, mete dos cambios y hace magia. Le damos permiso, entonces, para flotar en el cielo de los elogios, un cielo unánime sólo manchado, como debe ser, por una feminista radical que, por supuesto, está equivocada.
A los escritores de ficción, esas personitas tan enfermas de importancia como irrelevantes en la vida real, cuando logran imponerse como marcas en el vil mercado literario, se los suele agasajar con palabras condescendientes. No hacen daño y son gratis, las palabras. Las editoriales fogonean esta indulgencia con una metralla de lugares comunes.
Roth, anciano, norteamericano de Nueva Inglaterra, tiene comprados todos los números en la rifa de la unanimidad elogiosamente perdonavidas: es el mayor escritor estadounidense vivo, la voz de la América perdida, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera. Felipe Roth (si a Marx se le traduce el nombre de pila, por qué no traducírselo a su correligionario) se alzó con todos los premios que otorga la maquinaria literaria estadounidense. Dicha maquinaria es una alianza de universidades, editoriales y medios de comunicación. Una alianza con mucho aceite, que logra con creces su objetivo de imponer en el mundo la marca Estados Unidos. Para que todas las almas sofisticadas de la periferia quieran ser escritores yanquis.
Roth, entonces. Un engranaje más de la fabulosa fábrica de wannabes. El consenso sobre el amigo Felipe es aplanador. No hace una semana que le condescendieron otra “distinción”, el Man Booker Prize, un kiosco de lavado de imagen de un antiquísimo gigante financiero, el Grupo Man. Aunque hay que decir que una de las integrantes del jurado, una mujer, una feminista, bueno, salió con los tapones de punta contra Roth. Dijo que prefería que le dieran el premio a Juan Goytisolo o una mujer china. Hm. La verdad que la literatura anglo sigue siendo mayormente cosa de hombres, protestantes o semitas. Terreno proclive para la acción afirmativa.
Acá, en el plano del cabotaje, Némesis –la novelita que queremos comentar-- fue saludada por dos imaginistas políticos de fuste, el gambeteador oficial Mario Wainfeld y el zorro de las oraciones unimembres Jorge Cayetano Asís. Quizás porque habla de tiempos idos, de la era de la polio y el aterrizaje americano en las playas de Normandía. Pero esto significa que lo de Roth paga más allá de la feria esquelética por donde circulan las mercancías literarias locales. Al menos paga también entre columnistas políticos de la generación de los baby-boomers.
En el plano de los vuelos internacionales, en tanto, un psicópata sudafricano que ganó esa estafa llamada Premio Nobel, esa institución ordenadora del caos literario inventada por los nórdicos, un psicópata sudafricano que sí ganó el Nobel escribió en el suple del New York Times una cosa trabajosa, densa, sobre Némesis. Felipe Roth, a diferencia del psicópata, no ganó el Nobel. Pero tiene, por supuesto, un par de de números comprados en la próxima rifa.
Némesis, situada en dos escenarios de Nueva Inglaterra, cuenta una de las últimas epidemias de polio en los Estados Unidos, ocurrida bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, un hombre que había padecido esa enfermedad. Mientras la mayoría de los chicos de su edad exportan a golpes de metralla el mito americano desalojando de Europa al Conductor alemán, Bucky Cantor, un joven de la cole desafectado del ejército por un problema de visión, enseña gimnasia en un centro de verano de Newark, y ve caer uno a uno a sus pequeños alumnos, muertos o con restricciones físicas graves.
La historia es prolija, dramática, plena (como Caperucita Roja, Blancanieves y los siete enanos y tantas otras) de golpes bajos y elipsis, de metáforas, en este caso, sobre la peste, sobre el destino, la voluntad, la elección y el azar. Una fábula adornada, como bien señala el psicópata sudafricano, con esas alusiones a las historietas de los dioses griegos a los que todavía es afecta alguna gente de bien. Con un cantito que atrapa lentamente, que envuelve al lector, como suele decirse, con humoradas solapadas entre lo micro y lo macro. Roth pasa la bibliografía con la que se documentó para recrear la época: allá en USA no es como acá, allá los escritores se documentan, trabajan en serio. Una fábula correcta sobre un tiempo perdido: casi hasta el final, no parece justo que Roth sea merecedor de tantos elogios, aun cuando este sea un texto deliberadamente menor de su obra.
Pero (y vamos a clavar acá un spoileo moderado), en tiempo de descuento el viejo Roth da un salto mortal, mete dos cambios y hace magia. Le damos permiso, entonces, para flotar en el cielo de los elogios, un cielo unánime sólo manchado, como debe ser, por una feminista radical que, por supuesto, está equivocada.
(reseña de Némesis, publicada en Perfil, 29-5-2011)
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