23 de mayo de 2011

A Tomar Por Culo, Wisconsin

La literatura es una religión politeísta, pero A la caza de la mujer brinda argumentos bastante convincentes para pensar que James Ellroy es el único Dios. Que James Ellroy es Todo. Que en la literatura no cabe ningún otro.
Como toda secta revulsiva, claro, la ellroyana tiene sus detractores. Por ejemplo, la señora o señorita Alexandria Jacob, una cazadora de tendencias del mercado del calzado femenino de la Avenida Número Cinco de Nueva York. El 24 de septiembre de 2010, el Times de la Gran Manzana le cedió un espacio en su suplemento literario (¡el suple literario más famoso del mundo!) para que regurgitara el desdén que le provoca el nuevo libro del autor de L. A. Confidential y La dalia negra. Claro, el problema es que la señorita Jacob no sabe diferenciar entre autor y narrador, un problemón si lo que uno tiene entre manos es un libro autobiográfico. Entonces la señorita Jacob se dedicó a reproducir anécdotas del libro y habló de la “lástima” y la “simpatía” que sintió al leerlo. ¿El objeto de sus sentimientos es el autor, el narrador o el personaje? No lo sabemos. Seguramente, en la carrera de Periodismo Zapateril no enseñan siquiera esa distinción tan básica. En fin. La efervescencia de la señorita Jacob probablemente sea sólo otra muestra de la situación bastante triste en la que se hallan los suplementos literarios en general.
James Ellroy nació en 1948 en Los Ángeles, le mataron a la madre a los diez años, se la pasó tomando drogas hasta los 27 y una tarde fue a Alcohólicos Anónimos. En las reuniones de AA descubrió que era un gran narrador oral, y desde entonces escribió algunas novelas policiales que son también un fresco social y un fresco poco delicado de la psicología de su autor. Algunas de sus novelas fueron al cine, y el loser se hizo millonario.
El imperio americano practica para sus adentros el sistema político más largo y estable de la historia del mundo. Doscientos cincuenta años, van a ser ya, de instituciones políticas apenas enmendadas producen también una atmósfera cultural a veces asfixiante. La literatura de la corrección política que narra las desventuras de los miembros de las llamadas minorías en los campus y en los masters de escritura creativa es el non plus ultra de esa falta de aire. Tipos como Ellroy (igual que antes Charles Bukowski y después Chuck Palanhiuk) ejercen desde su literatura una disonancia con esa marea universitaria que trabaja la literatura como si fuera un sedante. El lanzamiento obsesivo de dardos antiprogresistas es la marca en el orillo de la poética Ellroy: “Helen [futura esposa] escribía para Los Angeles Weekly. Era un panfleto contracultural que se financiaba con las páginas de contactos de solteros ansiosos de amor y los anuncios de prostitución.”
Su autodescripción como un patán es la otra cara de este genio deliberadamente impresentable. Ellroy siempre ha construido voces narrativas muy –como dicen los yanquis-- opinionated, extremando la tradición de Francis Scott Fitzgerald y Raymond Chandler: yoes exhibicionistas, autoirónicos y cínicos, que las Alexandria Jacob de este mundo confunden con un tamaño excesivo del ego.
En el autobiográfico La maldición Hilliker (traducido ñoña y equívocamente como A la caza de la mujer por la versión catalana de la Casa Mondadori), Ellroy cuenta el historial bastante penoso de su vida sexual y sentimental. Su padre era un galán periférico a quien Rita Hayworth había contratado para que le proveyera distintos servicios, incluyendo los de tipo sexual. Su madre, una enfermera descocada y muy desengañada. Las fantasías de ese chico abandonado se vieron potenciadas con la muerte violenta de la madre. El niño se convirtió en un adolescente con una seria inclinación por el voyeurismo, que entraba en casas vacías para restregarse con las bombachas de alumnas de colegios privados, y después en un adulto que marcaba sus denodadas conquistas sexuales pensando en la edad que tendría su madre en ese momento.
Compuesta con frases cortas, saltos violentos de tema y una habilidad abismal para ir al meollo de todas las cuestiones, A la caza de la mujer es la historia de una sexualidad y también una historia de los Estados Unidos 1950-2010. Pero contadas como si fueran una canción de Los Ramones.
Alguien deberá reivindicar alguna vez desde esta periferia sudaca las execradas traducciones españolistas. Quizás porque se llevó a cabo en el Reino de Catalunya y no en el de Castilla, la que hicieron Hernán Sabaté Vargas y Montserrat Gurguí Martínez no se priva de algunos aciertos. Por ejemplo, esta frase que bien podría resumir el espíritu Ellroy: “Los parientes de Jean Hilliker [madre del autor] vivían en A Tomar por Culo, Wisconsin”.


(reseña de A la caza de la mujer, de James Ellroy, Mondadori, 2011. Publicada en Perfil, 22-5-2011)

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