13 de noviembre de 2014

Los rubios: punk y peróxido de hidrógeno

(Publicado en revista Brando de noviembre)


Los ochenta fueron una época de transición para la música rock, de tránsito desde la cueva hacia el museo. Aquella vieja música de locos ingresaba triunfal a los parlantes de los aeropuertos y a las salas de espera de los dentistas. El género nacido en la era de los electrodomésticos para espantar a los padres ya tenía su historia, y sus mitos contraculturales empezaban a formar parte de la educación sentimental de cualquier joven: no había que ser un misfit para merecer el rockanroll. En la Argentina, Charly García lo había dicho así poco antes en una canción de Serú Girán: “Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar.”
El punk, nacido como una muestra de disconformismo suicida con la sociedad y con un rock que de la mano de Yes o Pink Floyd se había vuelto sinfónico, pretencioso y conceptual, tampoco pudo con la fuerza adaptativa del gran movimiento musical juvenil que desde Elvis y los Beatles había venido a venderle al mundo una fórmula imbatible: rebeldía + negocios. The Police, que en 1983 llegó a ser el grupo de rock más grande del mundo, fue la banda encargada de llevar la melancólica algarabía punk al tope de los rankings.
¿Quiénes eran Stewart Copeland, Andy Summers y Sting, esos tres buenos muchachos que solían posar con sus pelos decolorados con peróxido de hidrógeno? Summers era un veterano de la tecnología que había parido al rock: guitarra y amplificador. Sting había participado en las suficientes sesiones de improvisación como para decir en el futuro que venía del jazz. También había sido maestro de escuela (eso le permitió adornar las letras de la banda con referencias literarias y, ya como solista, abocarse a la pedagogía ambiental y derechohumanista) y logró imponer su seudónimo, que significa “aguijón”, usando seguido un suéter a rayas negro y amarillo. Copeland, el baterista, estaba decidido a triunfar en la escena punk de la mano de su hermano Miles, agente de músicos y organizador de festivales.
En 1978, cuando todavía no habían descubierto que eran una banda más pop que punk, lanzaron Outlandos d’Amour, el único de sus discos que no llegó al número uno pero que, retrospectivamente, puede ser escuchado como uno en que el estilo Police ya había sido creado. Las pretensiones sofisticadas de un título un poco en francés, un poco en latín y un poco en inglés eran abandonadas en cuanto la púa empezaba empezaba a recorrer el vinilo: el timbre inconfundible de Sting, la sutileza de Summers y la versatilidad de Copeland ofrecían canciones contundentes pero amables. Ese primer disco traía tres de los grandes temas de la banda: “So Lonely”, “Roxanne” y “Can’t Stand Losing You”, letras simplísimas y temas sórdidos (prostitución y suicidio) en canciones que no sugerían el estropicio de los Sex Pistols pero tampoco la banalidad del pop más comercial. “So Lonely”, evidente homenaje a “No Woman, No Cry” de Bob Marley, fue un capítulo más de una larga tradición que puede ser la definición misma del rock: traducción blanca de música negra.
La crítica encontraría para The Police una categoría, power trio, que después sería aplicada a infinidad de bandas. Pero hoy podemos saber gracias a Internet que el reseñista de la RollingStone puso el pulgar para abajo cuando escuchó Outlandos d'Amour: “El disco no es monótono --es demasiado nervioso y frágil como para merecer esa calificación--; pero su vacuidad mecánica disfrazada de sentimiento hace que uno se sienta engañado, agotado por su simulación arrogante.” Los grandes éxitos pop por venir, como “Every Breath You Take”, y la sutileza de discos como Ghost in the Machine o Sinchronicity modificarían retrospectivamente este diagnóstico.
En la Argentina y para nosotros, adolescentes en esos años, la música de The Police era una que nuestras maestras de inglés (un homenaje desde acá para esa población algo desdeñada, misioneras amorosas de nuestras aspiraciones globales) encontraron adecuada para entrenarnos en listening comprehension (ah, esa pronunciación demasiado trabajadora de Sting) y en fácil poesía. El rock fue todavía para nosotros el Lado B de nuestra educación oficial.

La primera vez que vi un grupo homenaje en mi vida fue en una cancha de squash. El grupo se llamaba Fall Out, como el primer single de los Police. Igual que el original, no era un grupo amenazante, sino todo lo contrario: chicos buenos vestidos con zapatillas Topper y chombas Legacy. The Police fue un poco eso: la música a la que mitificábamos para crecer, hecha por chicos buenos; la promesa exageradamente rubia de un tránsito dolorido y sensible, pero también feliz, hacia la adultez, en aquella Argentina de la dictadura postrera y la joven democracia.

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