2 de septiembre de 2014

Hubo un tiempo que fue hermoso

Reseña de Fuerza Propia. La Cámpora por dentro, de Sandra Russo

Publicada en RollingStone, septiembre 2014


El kirchnerismo fue un tiempo de pasiones puestas en los asuntos públicos. No es que otros períodos no lo hayan sido: siempre el presente se percibe como más intenso. Pero hubo épocas en que predominaron retóricas más cautas. Con el casi natural corroerse, en esta Argentina habituada a la sucesión de ilusiones y  desencantos, de la economía y el apoyo social, las expresiones de aquella euforia empiezan a convertirse en piezas del museo político de la época. Ahí donde confluyen la oportunidad editorial, la capacidad de discernimiento de su autora y su profesión de fe, emerge Fuerza propia. La Cámpora por dentro. El libro es la autohistoria de una serie de hombres (y alguna mujer) que se postulan como representantes de su generación, la de los nacidos en los años setenta. En su estructura coral de juvenilia heroica resuena la de La voluntad de Eduardo Anguita y Martín Caparrós (1997), que contaba la historia de los jóvenes de aquellos setenta que simpatizaron con las agrupaciones armadas de izquierda. Acá Sandra Russo, contratapista de Página 12 y cabeza parlante en 678, el programa de semiótica oficialista, eslabón perdido entre dos generaciones, repone a partir de testimonios directos e indirectos las historias individuales que confluyeron en la experiencia colectiva y vertical de La Cámpora, la mazorca civil que lidera Máximo Kirchner, el hijo de la Presidenta. Russo salpica los testimonios con breves panorámicas del contexto sociopolítico carentes de matices: en las afirmaciones, las omisiones y las implicancias de sus caracterizaciones luce la lógica del amigo-enemigo. La insistencia machacona en arbitrariedades históricas convierte al libro en un cuento de hadas del peronismo de izquierda.
Una palabra, que con significativa ambigüedad puede ser sustantivo o verbo en infinitivo, sobrevuela el libro: “militar”. Prolongando esa ambigüedad agonista, se dice de Andrés Larroque que a los trece años “se moría de ganas de militar”. Las historias y su jerga --palabras como tejido, armado, cuadros funcionan como contraseñas de una pertenencia-- van delineando el perfil social de sus héroes: chicos de clase media con ínfulas pobristas y picardía administrativa. Fuerza propia es su bildungsroman, su novela de aprendizaje; uno de los rituales de afirmación masculina de estos funcionarios fue, casi unánimemente, tirarle piedras a la policía en diciembre de 2001.
En el capítulo “Los pibes para la liberación”, que narra la fulgurante incorporación a La Cámpora de veinteañeros y adolescentes, el retintín mecánico que resuena en algunos testimonios le hace preguntarse al lector cuánto de manipulación y disciplinamiento hay en esta intentona. “El sueño del militante es trabajar en el Estado”, dice una camporista puntana de veinte años. La militancia parece tornarse en algunos pasajes catarsis personal, delirio místico y curso de pertenencia solventado por los contribuyentes. Sin considerar el olvido de las noticias sobre corrupción, lavado de dinero y capitalismo de amigos, el libro brinda una visión del kirchnerismo como un proceso de contención personal de un entre nos, de un cierto grupo social.

Fuerza propia posee tres grandes virtudes: ofrece una visión coherente, está escrito con gramaticalidad castellana y también con habilidad narrativa; no es poco. Las razones y sinrazones que flotan en él exceden a su autora y al movimiento político que integra: tras su astucia propagandística se leen algunas constantes del modo de relacionarse, del modo político argentino.

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