24 de agosto de 2013

¿QUIÉN DIABLOS LO HIZO? Algunas notas sobre el policial inglés

+ Tuiter, internet, nos enseñaron que un texto no termina con el punto final. El ingreso a la cultura, la formación de la identidad, suele incluir la polarización, la exageración. No era cierto aquello de que no tenemos certezas. Las tenemos, pero en algún momento entendemos que son nuestras, modestas: a esa conciencia se le llama crecer. Los límites de los que nos vamos haciendo concientes son móviles, sobre todo cada vez que pasamos de una etapa evolutiva a la otra. Pero eso es lo que aprendemos, también: el Texto no tiene punto final ni siquiera en la vejez, siempre estamos reconfigurándonos. Esta es una gran conversación, lo que decimos se completa con lo que dicen otros. Somos sólo una parte, una partecita menor.

+ Ya lo sabía Sócrates: la verdad es una construcción colectiva a la que se llega a través del diálogo. Las obras completas de Sócrates --como le gustaba decir, de manera célebre, a un compañero--, esos diálogos en que se oye la voz de uno solo de los interlocutores, son la primera novela policial de la historia. El ladrón es el que habla, Sócrates, y morirá envenenado. Platón es un poco Conan Doyle, un poco Watson: lo que hace es poner las palabras de otro, un recurso que después usarán los evangelistas y Cervantes. Siempre hay uno que habla, uno que escucha, uno que tal vez toma notas, fascinado, y después las comparte. A veces se confunden.

+ El monólogo del delincuente será afilado por los contemporáneos, de Borges a Ellroy a Oyola. Pero la literatura policial tal como la conocemos empezó con la creación de la figura del detective, ese buscador de la verdad de la metrópolis que empezaba a abigarrarse, a contaminarse, a anonimizarse al ritmo de la revolución industrial. Como todo género, el policial nace con la nostalgia de un orden perdido: La carta robada de Poe recrea la inquietud final de las intrigas monárquicas.

+ Al policial del siglo XIX y principio del XX se le llama británico, de enigma. La pregunta acotada, materialista, por el autor material, parece tener un eco en la historia de la filosofía: es en ese sentido que los textos de, por ejemplo, Platón, son policiales sobre el alma, la bondad o el amor. Los policiales son casi siempre indagaciones por el amor. Victorianos, están atravesados por la sexualidad, sublimada, callada, sugerida. “La carta robada” es acerca de una infidelidad de la reina. Tiernamente, la infidelidad de las mujeres, su sexualidad, fue a lo largo de la historia (desde la Odisea hasta Madame Bovary) un motor de la literatura escrita por los hombres. Ese es un punto que Ian McEwan alegoriza de manera maravillosa en Chesil Beach, la pequeña gran novela sobre la última noche antes de que empezaran los años sesenta, antes de que empezara el cambio, si no en las conductas, sí en la información pública sobre la sexualidad: antes de que empezara la liberación de las mujeres que no fue. El género policial en su primera versión (y en la anteúltima) es una larga reflexión sobre la monogamia (y también, veremos, sobre el monoteísimo).

+ En “La banda de lunares” de Conan Doyle, la banda de lunares es en realidad una bíblica, fálica serpiente a través de la cual un padrastro comete incesto y asesina. En “El signo de la espada rota”, los excesos sexuales llevan a un militar a la bancarrota económica y moral. En “Testigo de cargo”, Agatha Christie, estricta figura de mujer, arma una Jekyll y Hyde femenina, la seductora afilada y la monstruosa. El amor, lo sabemos a través de Freud --ansioso consumidor como Sherlock-- y de Shakespeare, lleva a la muerte. El recurso a las figuras fálicas y al castigo de Dios suelen no estar demasiado lejos en el relato policial inglés.

+ Como defiende largamente Dupin en “La carta robada”, los detectives son brujos, poetas, gurúes. Consultores, diríamos hoy. Intérpretes y guardianes de los libros ocultos. El método deductivo-inductivo, el verdadero método científico, sostiene Dupin,  consiste en elevarse sobre la evidencia y producir una videncia. Suelen suponer que el delito incluyó un elemento amoroso, pero que el móvil fue económico.

+ Como todo género, el policial surge a partir del desarrollo de una tecnología. El género policial acompaña, nutre y se nutre del desarrollo de los diarios, favorecido por el abaratamiento de las tecnologías de imprenta y logística. El tráfico ya entonces creciente de información es clave para el auge del género. “La carta robada” es un caso de chantaje informativo. Lo que se dice y lo que no se dice, el secreto, es lo que hace avanzar a esta ficción que desnuda.

+ Pero antes, al quién lo hizo, al whodunit, se le llamaba misterio. La literatura, a través del género emblemático de la ciudad de la era contemporánea, sustituye a la religión. Las fuerzas materiales e inmateriales que rigen al mundo serán el objeto de la obsesión de los detectives, esos héroes mitad hombres de armas mitad hombres de letras. La literatura brinda al mismo tiempo información, entretenimiento y consuelo. A pesar de sus afanes sensacionalistas, bajos, el policial se torna por momentos un género ensimismado, otra murmuración más a través de la cual los seres humanos procurarnos aliviarnos.
Los detectives trabajan con lo sórdido. El policial, que supone la existencia de la policía y el descreimiento hacia ella (hacia la política) se maneja en los bordes: entre el amateurismo y el profesionalismo, entre la verdad y la mentira, entre el honor y el pecado. El detective, a su modo, ejerce el chantaje sentimental. Hacia su figura aguda y melancólica hombres y mujeres van en busca de consuelo.

+ Los detectives del policial de enigma son en buena medida ejercientes del arte por el arte. La crítica literaria, esa seudociencia que consiste en dar a entender taxativamente lo mucho que se ha leído, suele hablar de que una de sus reglas es la inmunidad del detective. Y no es así: Sherlock gustaba de las balas, y por ejemplo en el citado “La banda de lunares” se pone en peligro y es causante directo de la muerte del asesino (a través de una venganza que sugiere metafóricamente el sometimiento del violador a una penetración anal).

+ Me gusta llamarlo policial inglés, porque lo que narra es el apogeo y la caída de un Imperio, el primero de la era global. Más tarde, con su metafísica práctica, el policial negro o americano narrará el apogeo de su imperio cultural correspondiente. El policial inglés, con sus manners victorianas, cultiva el exotismo (así ocurre en “El signo de la espada rota” y en “La banda de lunares”). Las zonas alejadas del imperio eran el lugar donde los excesos sexuales eran posibles.

+ Al igual que Verne o Salgari, esta industria del entretenimiento en papel es posible por la alfabetizada fiebre de novedades, de conquista, habilitada por el talado de árboles y el excedente comercial. La nueva división internacional del trabajo es la estructura del relato policial. “El caso de…”: la serie de casos es un paseo por las nuevas profesiones de las florecientes industrias de los servicios de las metrópolis.



+ Los detectives surgen en el siglo de la muerte de Dios. El paso del tiempo relativizará este suceso, pero otra vez, a mitad de caballo del hombre de letras y el de armas, del terapeuta y el revolucionario, los detectives son ejercientes del viejo oficio de la consolación. La literatura es una fe que cree que lo que consuela es la producción y el consumo de metáforas: no difiere en eso demasiado de la religión.

+ Agatha Christie suele detenerse en lo que será la novela de juicio. Las melodías de la declaración testimonial son variaciones de la vieja instancia de la narración de historias alrededor del fuego, de la confesión, la terapia individual o grupal. La inscrpición de signos en las tablas de la ley: el formato donde se tocan lo literario, lo judicial y lo religioso.

+ En el policial, género habilitado por el ocio industrial, el lector, figura de lo apacible, se asoma a aquello que lo inquieta, se sale imaginariamente de su zona de confort. En los finales, algo se devela, algo se termina, el orden es restaurado. La sensación de inseguridad se aquieta. El policial es el género que se las ve con las muertes voluntarias, pero como toda obra literaria, lo que descubre el policial es que la vida es breve, que la muerte es fatal.

1 comentario:

Luis Chaves dijo...

coño, llach, está muy bueno este. me lo llevo.