14 de agosto de 2012

Qué compramos cuando compramos una casa (Guadalupe Marín)


Como todos los últimos domingos de este mes, me desperté con resaca, cansada, rogando que llueva para tener un motivo, una excusa para ponerme en off mental. Mi cabeza hace tiempo que es una radio AM con interferencia de señales rusas. El sol de este invierno calienta más que nunca y el gato envejece con una energía descomunal y acumula más y peores mañas que yo. Hace dos semanas, por ejemplo, que se le da por ir de noche al baño y picar el rollo de papel higiénico, me levanto y encuentro todas las mañanas los papelitos desparramados por el baño. Hace montañas de papel picado por un lado, sacude papeles por el otro. Me lo imagino en una especie de festejo o de venganza silenciosa picando papel, saltando de la bañadera al bidet. No lo reto, no puedo porque yo hago cosas peores como tallar el jabón con una hebilla del pelo cada vez que me baño. Ayer, por ejemplo, hice un barco.
También, como todos los domingos de este mes, me espera sobre la mesa del escritorio una lista de departamentos, PHs, casas tipo departamento, departamentos tipo loft, lofts onda galpón. Todos dignos de ver, con detalles para exigentes y oportunidades para no perder. Los tengo anotados en una hoja de cuaderno Rivadavia, con horarios de visitas cada media hora, distribuidos por diferentes barrios lindantes, con datos de metros cuadrados, costos y la aclaración: expensas sí, expensas no.
Los últimos nueve años compré tres casas. Compré y vendí y compré y vendí y compré cada tres años, porque me robaron, porque me casé, porque me divorcié y ahora no se bien por qué. Ahora, bueno, mi ex marido tiene una novia en mi edificio, sí. Hace tres años me vine a vivir al otro lado de Buenos Aires, él se quedó en Caballito, en ese barrio a trasmano del amor y con tránsito lento, y yo elegí Villa Urquiza que estaba en plena expansión, que ya era casi un Belgrano al que Macri prometía que ya, ya llegaba el subte. Entre tanta torre en construcción, pensé, quizás me volvía a enamorar. Pero parece que mi ex se enamoró primero, y le pasó con una chica que justo vive acá. No en el barrio de al lado, no en el edificio de al lado; en mi edificio, en el cuarto piso, siete por debajo del mío. Ellos hablan con mi portero, compran azúcar y forros en el mismo súper chino que yo, cogen, casi, bajo el mismo techo que yo. En eso pienso muchas noches mientras me lavo los dientes. Pienso que seguimos durmiendo bajo el mismo techo.
Me imagino el edificio con un corte transversal, y ahí están ellos en la cama mirando la tele y, siete pisos más arriba, estoy yo con el gato, en la cama, también mirando la tele. Pero ellos miran Canal Encuentro porque van juntos a folklore y yo hago zapping.
El agravante podría ser que mi ex novio, el chico con el que salí unos meses después de separarme, vive acá a la vuelta. Una cuadra y media de distancia, pocos metros. Pero a él lo invadí yo. Apenas nos conocimos me mudé acá y cuando me pidió la dirección y se la dije, se puso blanco, blanco, blanco y balbuceó: yo vivo a la vuelta. Cuarenta años, nunca vivió con nadie, casi no tuvo novias, nadie le apretó el pomo de dentífrico por la mitad y yo le caigo a su barrio, compro en su súper chino (el mismo en el que mi ex y su novia compran azúcar y forros), le piso las baldosas de su infancia. Porque él creció acá, fue a la escuela acá, sus padres viven acá y sobre estas cuadras él fue cumpliendo años, y acumulando mañas como el gato, como yo. Es como una promesa de Macri, el amor: ya llega, ya llega, pero no.
Vendo para salir de este museo de exs y porque una casa nueva es dejar atrás lo que pasó, cambiar, como ir a la peluquería cuando te sentís mal, pero más caro y un poco angustiante.
Y en medio de este quilombo que es zonaprop.com, solodueños.com, pesificación sí, pesificación no, dólar blue y la perinola del nadie vende, nadie compra, todos pierden, conozco un chico. Salimos a cenar, lindo, simpático, gracioso. Me cuenta que va al psicólogo a la vuelta de mi casa y yo me agarro al pan un poco aterrorizada. Para disimular le pongo manteca y sal, revoleo el pelo y con una voz finita le pregunto la dirección de su casa. Responde. Uf, es lejos pienso, y me alivio pero enseguida me doy cuenta que yo también voy a terapia a la vuelta de su casa. Él se ríe mientras yo trago sal y pienso que vivimos en la vecindad del chavo, creidísimos del cuento de la mega ciudad, del anonimato, de la libertad. Vivimos todos juntos en la comunidad invisible, silenciosa, que nos va apilando entre los amigos, los ex, los actuales, los amantes, y como si todo esto fuera poco, nos hicimos un country en Twitter, y ahí somos todos amas y amos de casa desesperados.
Es la segunda casa que compro sola. Vender y comprar me obliga un poco a repasar las derrotas y los triunfos de mi vida, porque cada uno de ellos está atado a alguna de las casas donde viví. El que te compra te pregunta por qué vendes y ahí una explica con más o con menos detalles, pero explica. Ata recuerdos, omite detalles, pero la cabeza va para atrás analizando cómo fué que llegaste hasta esa casa. Y le terminás contando a una pareja de médicos del Pirovano que te divorciaste, y después a una viuda reciente y a un podólogo chino. Y cuando decís que tu ex tiene una novia en el edificio todos hacen una mueca rara como que quieren reírse, pero no pueden porque les va a jugar en contra cuando te quieran regatear el precio, ellos lo saben. Y vos también.
Me visto de fin de semana, estricto jean y zapatillas, un rodete en la cabeza, vincha y tapa ojeras. Hago café, levanto el diario de la puerta. Hoy me toca La Nación. Todos los domingos cambia el diario que me dejan, lo pedí así, porque no sé qué diario leer, porque ninguno me gusta, porque la nota que quiero leer siempre está en el diario que no compré, porque me cuesta leer en Internet. Y los del quiosco medio que no me bancan porque les cago un poco la organización mecánica del reparto que es siempre igual: tantos Páginas, Clarines y Naciones para tal dirección y tantos para la otra. Pero conmigo no, conmigo los pibes se tienen que acordar, hacer una lista, ir tachando. A ver, dicen, a ver qué le llevaste a la piba del 11 G de Bucarelli 5150 el domingo pasado. Lo que se llama un grano en el orto. Igual se equivocan y a veces termino el mes con tres Clarines y un Perfil, o dos Naciones, un Página, otro Nación. Una vez me llegó la Weekend especial pesca con mosca y no la devolví. Se la regalé al gasista, Omar, que es re amigo mío y viene a casa por lo menos una vez a la semana porque tengo problemas con el termotanque, la estufa, el horno. Omar, además de pescar con mosca, tocó con Pappo cuando era joven. Tiene el pelo largo, usa campera de cuero, viene en moto. Es un Corcho Rodríguez del conurbano, un John Travolta del gas. Me dijo que ahora cada tanto se junta con su banda y que un día me va a invitar para que lo vea tocar. Me dice eso y que parezco diez años más joven. ¿Cómo no voy a llamarlo todas las semanas con lo peligroso que es el gas?
Igual el tema de la rotación de diarios se complica porque en mi edificio los domingo alguien se roba un juego de diario, alguien del piso 10 o del 9, del departamento H, del F o del G. No sabemos muy bien. Pero va rotando porque es justo, roba, pero le roba una vez a cada uno. En ese caso el damnificado de turno no se hace problema porque va y le roba a otro y así tres pisos de vecinos robando diarios por turno. Participamos de este juego silencioso del que ya ni se habla en las reuniones de consorcio. El que se levanta más tarde, el último que llega a la cadena de robo, se queda sin diario. Por eso madrugo los domingos.
Después nos encontramos todos en el ascensor y nos miramos de reojo, piso a piso vamos armamos el identikit invisible del ladrón mientras nos decimos buenos días, buenas noches evitando hablar del tema, con la misma cara que pongo yo cuando me dicen que las paredes de los PHs nuevos son de yeso y no, nunca, jamás de durloc. Y yo toco la pared, apoyo la cabeza como si supiera y pongo esa cara así, entre boluda y entendida en temas de la construcción.
Igual eso sucede las veces que el ascensor funciona, porque tenemos cuatro y por eso pagamos unas expensas carísimas, pero todos funcionan como el culo. Ese es el tema central de las reuniones de consorcio. Ahí se gritan y se insultan con la administradora, que se llama Mirta y vive en el 3º A. Yo voy a esas reuniones con la intención de ver a la novia de mi ex, de discutirle algún tema edilicio, pero ella nunca va. Mirta es buena mina, acarrea con todo el edificio sola, porque tenemos dos porteros, también buenos tipos, pero medios vagos, medios raros, militantes del Suterh. Por eso también las expensas son carísimas: dos porteros, un sereno, cuatro ascensores, los amenities más caros del planeta. Pienso en eso y en que mejor elijo un ph sin expensas. Anoto en la hoja del cuaderno Rivadavia: ver primero los que no tienen expensas. Subrayo con rojo.
Mirta está sola, no tiene pareja, pero tiene un caniche, y un hijo que está pasado de merca y anda por ahí desaparecido. A veces ella también desaparece porque el hijo tiene recaídas y ella se tiene que ir con él a no sé dónde. Esto es un secreto a voces que corre por todos los pisos del edificio. Nadie sabe en realidad muy bien adónde se va Mirta y adónde está el hijo. Pero los porteros dicen esto y todos ponen cara de espanto y entonces no protestan por los ascensores rotos porque pobre Mirta. Menos dos viejas del 5º A que dicen que Mirta no tiene un hijo drogadicto, que tiene un novio en Entre Ríos y por eso se va cada tanto.
El portero de la mañana se llama Omar, tiene 52 años y trabaja ahí desde que se construyó el edificio, según él. Omar es raro, a la semana que me mudé me decía Lu amor. "Buenos días Lu, amor", "Que tengas buen día, Lu amor". Y para mi cumpleaños dejó colgada en el picaporte una bolsa de nylon con una docena de facturas y una cartita escrita con letra de nene que decía: "Que tengas un lindo día, Lu amor.” Le conté a mi papá y me dijo que tenga ojo, que mucho cuidado, que nunca se sabe, que eso era raro. Estoy segura que mi papá piensa que es un violador, pero no se permite ni decirlo. Al año me dí cuenta que a Omar le falta un pato en la fila, es como medio lelo, pero va a la escuela, quiere terminar y por eso falta tanto. Se pide días por examen, me dice Mirta, cuando pregunto por la basura acumulada.
A la tarde viene Florencio. Florencio es peruano, pero un peruano de esos que hablan re cerrado. Vive acá hace veinte años pero no se le entiende nada, parece Anamá Ferreira. Florencio es separado, tiene tres hijas y cambia de novia cada dos por tres. Sus novias siempre son peruanas y trabajan limpiando en los departamentos del edificio. Mirta dice que él las trae de Perú con la promesa de un trabajo y les hace el novio mientras las hace laburar y las tiene en su casa.
Eso dice Mirta que puso de sereno a Martín, el pibe del 8º C, que es el ex de una medio hermana de ella. No sabemos por qué pero la medio hermana de Mirta lo dejó al pibe cuando él se quedó sin laburo y se agarró una depresión fatal. Ahí Mirta lo metió de sereno de jueves a domingos y volvieron a subir las expensas.
En este edificio las pequeñas tragedias se acumulan sobre nuestras expensas.
¿Qué compramos cuando compramos una casa?, pienso mientras miro la lista en la hoja Rivadavia. Busco la lista de los seleccionados el fin de semana anterior aunque no me sirve de mucho porque estoy tan mareada que no sé que vi, cuánto sale y por que me convenía. ¿Cómo hice para comprar las casas anteriores? ¿Cómo hice para no dudar? ¿Dudé?
Me llama un amigo y me invita a almorzar, le digo que no puedo porque tengo que ver departamentos, le pregunto por qué vive donde vive.
–¿Por qué vivís en Olivos?
–Porque mi novia tiene el departamento acá.
–¿Y ella por qué lo compró ahí?
–Porque siempre tuvo el sueño de vivir en Olivos.
Me quedo pensando en eso: hay gente que sueña con vivir en tal o cual barrio. Hay personas que ya saben dónde quieren vivir, que lo tiene determinado, como un en un ADN, como ser rubios o altos o tener juanetes.
¿Y yo? Hago un esfuerzo, me concentro, pienso.
Nada.
Mi AM con interferencias de señales rusas me dice que salga a caminar. Los domingos siempre arrancan como una batalla perdida. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bueno!

Monica dijo...

la verdad es muy buena esta entrada, analizar lo que realmente compramos cuando accedemos a un apartamento en buenos aires. Yo no tengo el sueño de vivir en ningún lugar particular, pero si tengo la imagen de que es viviendo acompañada