1 de julio de 2012

Los sultanes del ring (Martín Wilson)





Como vos, como vos no hay dos

te juro che gallina, como vos no hay dos
te fuiste a Brasil para salir campeón,
te rompieron el culo
ay! que papelón
La 12 -  1998, durante el partido Boca-Deportivo Español
luego de que River perdiera contra Cruzeiro 
en el partido de ida de la recopa sudamericana, en el estadio Mineirao de Belo Horizonte.



La primera vez que fui a la cancha fue en el 88 cuando el Boca de Pastoriza jugaba con San Lorenzo. No me acuerdo nada del partido porque no lo ví. El Turco de la doce , me dijo - Néne, dame el brazo.
Me pasé los 90 minutos del partido sosteniéndolo mientras él bailaba, cantaba, escupía y gritaba sobre el paravalanchas. Me acuerdo de sus jeans nevados azules y amarillentos y de sus adidas negras sin tiras y del olor a chorizo y a tetra que salía de su voz. 
Por recordar ese momento hace unos días me dieron un cross directo en la mandíbula izquierda en las clases de box donde practico hace unos meses.

Empecé boxeo en el Club Gimnasio de Box KO de Villa Adelina porque últimamente salgo del trabajo con mucha ansiedad y adrenalina y también porque era una cuenta pendiente. Me pelié bastantes veces, y muchas veces me fajaron. Pocas veces gané y las veces que no me fajaron del todo fue porque salí corriendo como esa vez que me corrió el Piano Valencia por Libertador.  Corría porque no había cuerdas, no había ringside que me limitaran.
El ring te limita. No podés escapar. Si no querés pelear, la única que te quede es esperar, hacer tiempo hasta que suene la campana.
En en club cuatro veces por semana entreno dos horas. Una hora de físico, soga, trote, bolsa, golpes: frontal, cruzado, gancho, jab y todas sus combinaciones, defensa, barrida, movimiento de torso y piernas, eludir, esquivar, la guardia y todo ese tipo de cosas. Lo que más me gusta tengo que admitir es la soga. Es díficil para empezar pero con práctica podés alcanzar un estado en donde parece que llegás a estar bailando, un baile inconciente de tap y una cuerda invisible que te protege, encapsula y te distancia del mundo.
La otra hora, por turnos, nos toca subir al cuadrilátero. Mientras dos contrincantes se dan guantazos en la jeta, los otros miramos y aprendemos de las enseñanzas de Amadeo, el Chata, el entrenador. Amadeo que es un viejo lobo, especie de héroe del barrio, nos ordena por parejas más o menos parejas según su criterio, para que haya un equilibrio. Tiene buen criterio salvo la primera vez que me puso con un gigantón más experimetado que le pidió el cambio porque yo me descubría, y él no quería romperme la nariz por accidente. Generalmente a mi me toca entrenar y pelear con Luciano Mistral, un pibe muy macanudo que más o menos está en la misma que yo. Estamos en un nivel muy parejo, malo pero parejo. 
Adonde quiero ir con todo esto es a la vez que subimos juntos por primera vez arriba del ring para pelear un solo round de tres minutos.
Empezó la pelea y ninguno tiraba un golpe-Empezá vos- le dije dale. -No dale dale tirá vos y yo defiendo con mano espejo. Ninguno de los dos tomaba la iniciativa. Estábamos bailando. Los afuera no entendían. El Chata gritaba-¡Vamos muchachos ! ¿Qué pasa viejo? Y movía la cabeza decepcionado. En mi cabeza sonaba Los Sultanes del Swing, cuando Luciano me tira un cross tan lento que se lo tapo y yo le devuelvo un frontal perfecto de izquierda que me esquiva con la izquierda como si se estuviera peinando la cachetada hacia la izquierda. 
Los golpes iban es slow, en cámara lenta porque ninguno de los dos era zurdo. Los comentarios de los otros alumnos, los murmullos, alguna risa y los gritos desesperados de Amadeo se oían como la cinta de un casette estrirado. Y aunque parezca extraño, esta lentitud, estos tres minutos pasaron volando. 
Fue la relación heterosexual más hermosa que viví en toda mi vida. Dos flacos arriba del ringside disfrazados para la guerra, con vendas, guantes, protectores para la boca, cansados de los quilombos, de la competencia y sin ganas de pelear. Yo no sé él, pero yo quería volver a la soga, saltar como el que no salta es un inglés al ritmo de los Sultanes del Swing... Now you step inside but you don´t see too many faces...competition in other places...

De las paredes del gimnasio cuelgan muchos afiches, fotos, leyendas, Mohammed Alí impossible is nothing, boxeadores amateurs, peleas interbarriales, viejas glorias del club, visitas de maestros que dieron clínicas y fotocopias de inspiración. Todo esto era contención e inspiración para abrirse paso en el día a día de este mundo que junta personas para quilombo. 
En una clase paré la bolsa y me puse a mirar a mis compañeros de clase. Lo ví al gordo, al flaquito, al nerd, al nervioso, al toc, al violento, al banana, al más fuerte, al más débil, al padre con su hijo, a negrito, al blanco leche, al de pecas, al groso y traté de imaginarme sus problemas y amigarlos con los míos. Ví ganadores que perdieron, ví perdedores que seguían perdiendo, ví gente que no se quería caer más, quería aguantar más tiempo parados, que rían perder solo para aprender a ganar. Pero sobre todas las cosas vi a personas que se daban lugar ahí casi todas las noches para dar y recibir golpes, pero para dar y recibir y saludarse al final del combate..en fin...muy cristiano todo.
Mientras me quitaba las vendas y pensaba en esto leí sobre la pared una fotocopia entre varias de distintos boxeadores una que decía: Michael Tyson Su padre lo abandonó cuando era chico. Y no leí más. Todos tenemos quilombos por eso vamos adonde vamos a donde sea, a tomar clases de piano, a un taller literario o a tomar clases de boxeo. 

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