3 de julio de 2012

Krakow (por Kepin Kepan)


Una vez transé con mi prima Camila. Fue en la fiesta de mi amigo Alfredo, en Krakow.

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Poco tiempo después, Camila se fue a su casa de campo.
Hacía frío y se durmió con las ventanas cerradas.

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Entre 1806 y 1809, Santiago de Liniers, penúltimo virrey del Río de la Plata,  vivió en una casona antigua del barrio de Monserrat, sobre la calle Venezuela, frente al bar Krakow. Ahí se conversaron los términos de la capitulación del general inglés William Beresford tras la fallida invasión de 1806. En 1874, el edificio se convirtió en sede de la editorial Estrada. De la construcción original sólo se conservan la fachada y unas pocas paredes. Hoy funciona un museo bastante mediocre, y sé por un vecino que los fines de semana hacen teatralizaciones de la época del Virreinato en el patio, con mujeres gordas maquilladas de negro vendiendo empanadas y pastelitos a los turistas.

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Nos trabamos en un beso largo y gracioso. Estábamos un poco borrachos, no tanto. Esto es cualquiera, me dijo cuando levantamos las cabezas para tomar un poco de aire. Después soltó una carcajada larga y espesa, y se arregló un poco el corpiño. Era linda y escribía bien.


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Mi amigo Alfredo cumplía 20 años la noche del 5 de julio del año 2000 y decidió festejarlo en Krakow, un bar oscuro de la calle Venezuela, en el barrio de Monserrat. Para no caer solo, le dije a mi prima Camila que me acompañara. Por esa época yo le daba clases de guitarra los sábados por la tarde y éramos bastante amigos. Terminamos de sacar los acordes de una canción de Calamaro y nos fuimos juntos en el 59.

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Murió dormida. Murió sin saber que moría.

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En Venezuela 494, frente a la casa del Virrey Liniers en el barrio de Monserrat, está el bar Krakow. En Krakow sirven la cerveza Antares Roja artesanal tirada, mi favorita. Por eso vengo algunas tardes para aprovechar la promo dos por uno. A veces me emborracho, es mi happy hour personal. Elijo siempre la misma mesa, la del fondo con farol amarillo.

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Camila murió dos meses después de esa fiesta, asfixiada con monóxido de carbono en su casa de campo. Estaba sola y no abrió ninguna ventana.

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Morir se puede morir cualquiera. Eso está relativamente claro. Lo que te desarma un poco más de la cuenta es que se muera una persona que besaste en la boca dos meses antes de su muerte. Besé a una muerta, pensé el día del entierro. En la mesa del fondo con farol amarillo del bar Krakow, en la fiesta de mi amigo Alfredo, su lengua tenía gusto a cerveza y cigarrillo. 

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