28 de octubre de 2015

Generaciones que navegan entre dos pogos

Vuelvo en taxi por la avenida Santa Fe, un viernes caliente de invierno a la noche, con mi hija Benita. Ella va mirando por la ventana izquierda. Tiene 12: tiene puestos short, borceguíes prestados por la madre y sombra en los ojos. Volvemos del baile de su grado, séptimo. Benita es una nena, todavía, hoy disfrazada de mujer, y ve llegar con ansiedad, sorpresa, temor y entusiasmo el muro del coming of age. En los mediodías sale sola a almorzar con las amigas, y descubre la ciudad. Los sábados, a veces, va al Recoleta Mall con sus viejas amigas del primario o con sus nuevas amigas de este año de ingreso a los colegios secundarios de la UBA. Es su era de la transición, la era de la pérdida de la inocencia, la era brillante e intensa del pase de postas. Benita tiene unos ojos celestes amorosos y ávidos, es una creadora de lazos, es firme y, claro, caprichosa. 

Le pregunto qué tal la fiesta y me dice: "Malísimo el DJ. No pasó «Jijiji» ni «De música ligera»". Y yo, por supuesto, vuelvo de un golpe musical, veinticinco años atrás, a mi aleph personal donde figuran un bar a la calle en Canasvieiras, Santa Catarina (Brasil), los estadios de Vélez, Racing y el Mundialista de Mar del Plata, el Autopista Center de Floresta, una fiesta en San Fernando, un verano en Miramar. lugares donde esas canciones quedaron para siempre sonando en mi memoria emotiva. Pero antes, por un segundo, como el crítico literario amargado del cuento "Una bala en el cerebro" de Tobias Wolff, que en el último instante recupera el momento mágico de los 13 años en el que descubrió la poesía cuando se quedó colgado con un error gramatical de un amigo, me fijo en la aliteración de esa dupla de canciones: li-ge-ji-ji-ji. 
Sigue acá.

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