31 de diciembre de 2012

Escribir, vivir (Damián Ríos)

Un sábado de noviembre de 2012 fuimos con mis alumnos de los talleres de escritura a una quinta, y les pedí a algunos amigos -Cecilia Pavón, Esteban Schmidt, Franco Rinaldi, Eitan Abelson- que contaran su experiencia en esto de la escritura. Aprovecho para agradecerles otra vez a todos ellos, y también especialmente a Damián Ríos, que dijo y después escribió y me mandó este hermoso relato. (Santiago Llach)



En 1988, creo, un amigo muy querido, Fogwill, publicó un libro, Pájaros de la cabeza, compuesto por tres textos; digamos que son cuentos largos. Uno de ellos, "Sobre el arte de la novela", narra dos relatos que se encabalgan sutilmente; el primero, que empieza con la frase "Las viejas madres: no pasa un día sin que se piense en ellas por un instante", narra, en tercera persona, las peripecias de un hombre de clase alta, empresario, que acaba de comprarse un auto importado y que sufre las consecuencias de un cambio reciente e inesperado en la legislación que regula este tipo de operaciones: deberá pagar al Estado un canon que no tenía previsto. El relato es una reescritura de El extranjero de Camus, que aparece citado en el texto. Así y todo, el protagonista se dedica a pasear por confiterías de zona norte con el auto y con su chica, estacionando su auto para que todos lo vean. El relato tiene un giro cuando al protagonista le llega un telegrama -le llegan dos, en realidad- que le anuncian que su madre acaba de morir o está muriendo en algún geriátrico del norte del país. Agarra su auto, pasa a buscar a una amante y empieza su viaje al norte. Después del velorio y el entierro y de todas las obligaciones burocráticas de rigor, se dedica a tratar de pasarla bien en boliches de provincia, tomando merca y escuchando folclore en peñas. A la vuelta, a la salida de la ciudad de Córdoba, atropella y mata a un ciclista y el relato se interrumpe con algunas reflexiones sobre las consecuencias del accidente y sobre el arte de novelar y sus implicaciones en el orden de decisiones lógicas, sintácticas y gramaticales, y se encabalga sobre otro, en primera persona, en el que el narrador protagonista se ve obligado a aceptar una invitación de su amante a pasar un fin de semana largo en Mar del Plata, a la que el narrador responde "-No: quiero escribir, vivir". De todas maneras, el narrador acepta la propuesta y aprovecha el viaje para visitar a su madre y para intentar escribir, mientras su madre y su amante se van a timbear al casino, en invierno. Como un decorado de fondo, aparecen los movimientos en una base naval que el narrador observa desde su ventana y que hablan de una guerra en curso: Malvinas. La fórmula escribir-vivir me recuerda a la de "escribir: pensar", algo de lo que se habló esta tarde acá, más temprano. Escribir, pensar incluso cuando uno se pone, en la escritura, al borde de lo impensado, de lo intolerable, como pueden ser la muerte o la vejez de nuestras madres. Uno escribe, no sabemos muy bien para qué, pero en todo caso vive para escribir, aunque esto está lejos de la profesionalización de la literatura y cerca de la idea de tener algo qué decir o más bien en qué pensar -un mundo para componer, distinto de este en el que vivimos- a partir de los materiales, las palabras y las frases que nos ofrece un texto, que escribimos al dictado de un pensamiento. Me quiero acordar o ponerme a pensar en el primer texto que escribí en mi vida -era muy chico, iba a 5º grado- y en el último, el viernes a la noche. Aquel texto de infancia, por el que recibí el 2º premio en mi escuela, estaba organizado por el Ministerio de Educación del gobierno militar ("El proceso", "La dictadura") y respondía a una consigna que nos habían dado: "El niño, la escuela y el ejército".* No recuerdo el texto, no lo tengo, pero tengo la certeza de que sonaba bien. Fui felicitado por mi maestro y obtuve un cierto prestigio entre mis compañeritos. Ese "sonar bien" debe haber respondido a un buen remate asistido por un buen pensamiento para mí, tal vez original. El programa era parte de la política educativa del Proceso y armonizaba con otras políticas, ahora que la posibilidad de componer un texto me lo hace pensar, por ejemplo la Gendarmería infantil: no sé muy qué era la Gendarmería infantil, o qué sigue siendo, si es que existe, pero todos los chicos de mi barrio, y eso incluía a mis primos, concurrían: una suerte de Colonia en la que los chicos de barrios pobres visitaban las instalaciones del escuadrón de Gendarmería y eran informados sobre lo que se hacía ahí, además de que se les daba la posibilidad de participar en juegos y torneos organizados ahí, bajo las órdenes de los gendarmes. En mi pueblo, en la ciudad de donde vengo, Concepción del Uruguay, hay un batallón del ejército, un escuadrón de gendarmería, una juridicción de la Prefectura, un destacamento de la Policía Federal y, por supuesto, las comisarías de la policía provincial. El barrio donde nací linda con los terrenos del batallón y la Gendarmería. Mis tíos más acomodados, mis parientes mejor posicionados en aquel momento, todos trabajaban en alguna de estas fuerzas, y como del todo mal no me iba en la escuela -de hecho, "ir a la escuela" ya estaba muy bien para mi familia-, la idea que muchos de mis mayores se hacían de mí era que hiciera la carrera militar. Algunas de estas causas deben haberme llevado a pensar algo que hizo que sonara bien el final de aquel texto-composición: "El niño, la escuela y el ejército". La vida me señalaba un posible destino, con casa, sueldo y beneficios sociales, y yo produje aquel texto. No recuerdo su tema, sólo sé que sonaba bien, que algo funcionaba: no otra cosa busco ahora en mis escritos. Algo de esa cultura, del plan que se habían impuesto las fuerzas armadas en el gobierno, heredó la democracia y Fogwill fue uno de los primeros en detectarlo, en artículos de prensa que ahora están reunidos en Los libros de la guerra, de editorial Mansalva, y que yo leí en revistas cuando me vine a vivir a Buenos Aires, después de haberme frustrado -escapando a mi destino de militar- en el intento de convertirme en ingeniero y después trabajar en oficios varios, hasta que me aburrí. A esta última consigna respondía un relato que compuse la noche del viernes, mi último relato hasta la fecha: una buena periodista que se dedica a la crítica gastronómica me pidió que le transmitiera mi experiencia de bachero, que fue el primer trabajo que tuve en Buenos Aires, en una confitería de Recoleta. Cuando me puse a escribir, lo primero que vino a mi mente fue el bienestar económico que se experimentaba en Buenos Aires durante los primero años del gobierno de Menem: distinto de ahora, bastaba salir con los clasificados de Clarín abajo del brazo para encontrar un trabajo en cosa de uno o dos días: había plata en la Capital. Este pensamiento me lo proporcionaron las primeras palabras, las primeras frases que escribí, y va en contra de lo que habitualmente creo pensar acerca de ese período histórico -en realidad, que piensan otros por mí y me inducen a creer que lo he pensado yo-: el texto habla de la luz en Recoleta en primavera, de las chicas de pelo rubio y muy lacio, muy bien vestidas, de los años 91 o 92. Habla, porque el texto lo produce, de las camareras hermosas, estudiantes de teatro, psicología o danzas; de los compañeros de la cocina: paraguayos, peruanos, santiagueños y correntinos. Yo había abandonado mi pueblo natal y estaba en esto de querer ser escritor: leía y escribía y trataba de aprender a pensar. El texto habla de esas cosas, dice esas cosas y ahora que lo reviso merece una corrección, porque está bastante mal escrito. Pero también habla, porque el texto lo pide, del mediodía en que Alfredo Astiz fue a comer con una chica hermosa a la confitería en que trabajaba. Me debo haber sentido un niño cuando gargajeé la salsa demi-glace que acompañaba el lomito al champigñón que pidió, y me salió mandarle un saludo a Alfredo Astiz, si es que está leyendo eso, y escribí: "En nombre de todos los compañeros."

 * Ver: http://www.google.com.ar/#hl=es&gs_nf=3&cp=35&gs_id=za&xhr=t&q=%22El+ni%C3%B1o%2C+la+escuela+y+el+ej%C3%A9rcito%22&pf=p&output=search&sclient=psy-ab&oq=%22El+ni%C3%B1o,+la+escuela+y+el+ej%C3%A9rcito%22&gs_l=&pbx=1&bav=on.2,or.r_gc.r_pw.r_qf.&fp=53fbdb09b1779529&bpcl=37189454&biw=1366&bih=629

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