9 de noviembre de 2012

El Ocho de Noviembre

Mi amigo Lucas Carrasco me hace pensar, o como sea que se llame la acción que llevan a cabo las neuronas que me quedan. ¿Existen las causas nobles?, me hace preguntarme. La respuesta que tengo para darme es que, en el mejor de los casos, las causas nobles son más chiquitas que el apoyo o el no apoyo -tan etéreos, ay, tan débiles, cuanto más tajantes, autoimportantes sean- a un determinado proyecto político. Mi respuesta, personalísima, también, es que definitivamente, hoy, la defensa del kirchnerato no es una causa noble. El kirchnerato es una causa envenenada, hace rato, eso pienso yo, una causa embarrada. Pero importa bien poco lo que piense yo: nuestras "posiciones políticas", sobre todo en este tiempo tan sobreinformado, son muy poco relevantes. Lo que importa siempre es otra cosa.
Volviendo a la pregunta original: en todo caso, contradictoriamente, un modesto aporte a la nobilidad es señalar, con la mayor capacidad de persuasión posible, que las grandes causas nunca son nobles.
El griterío contemporáneo, amplificado en este salón con mala acústica que son las redes sociales, exagera las bondades y también los defectos del régimen político kirchnerista, un régimen ni mucho peor ni mucho mejor que la gran mayoría de los que han gobernado durante una decena de años en países de tamaño considerable como la Argentina. 
Suena débil, todo esto que digo, pero es también lo que puedo decir, lo que creo noble: conservar los términos del afecto.
Somos algo mucho más complejo que nuestra conformación de clase, familiar, laboral, étnica. Aun cuando mi situación energética actual está lejísimos del kirchnerismo, me gustaría poder no decir ni que sí ni que no.
Como a todas las marchas a las que fui en mi vida, de distintos sectores y por distintas causas, a esta iré a mirar, a sumergirme apenas en la catarsis del ritual, ver qué pasa, en qué juego andamos, como decía Juan Gelman.

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