El disco con el que nos hicimos adultos
Pasaron veinticinco años desde la publicación de Achtung Baby, el disco con que U2 se reinventó y dio por inaugurados los años noventa.
Es apenas un minuto, hasta que hace su entrada la voz magnetofónica de Bono. Empieza con la guitarra de The Edge convertida en un xilofón, un reloj con un tic molesto. Sigue con una ligadura distorsionada, como de parlante roto, y poco después con una explosión percusiva. Es el comienzo de “Zoo Station”, la primera canción de Achtung Baby; un comienzo raro, como si algo anduviera mal, como si el disco hubiera sido mal grabado. U2, la megabanda de los ochenta, rompía todo lo que había sido: la agrupación heroica de las juventudes católicas, la que conjuraba la sangre manada por el Ejército Republicano Irlandés tiñendo el cielo de naranja y la que había recorrido el museo del rock americano en el subestimado Rattle & Hum. U2 se traicionaba a sí misma, y con ese minuto de sonidos agresivos, oscuros, industriales, dejaba inaugurada una época nueva.
Era 1991. El Muro de Berlín se había caído sopresiva y pacíficamente en el 89, y con él nuestra forma de ver el mundo: la narrativa bipolar, la de los fantasmas rusos que vivían una doble vida detrás de esa frontera imaginaria y real llamada poéticamente la Cortina de Hierro; la de la narrativa del sueño hermoso y asfixiante de la sociedad de iguales. Aquel mismo 89, la hiperinflación había filmado escenas de hambre y descontrol en la Argentina. Habían empezado los noventa: la economía de los países de la libertad, acelerada por las promesas de algo que entonces se llamaba autopista informática, crecería como pocas veces en la historia, pero la nueva globalización dejaría sus víctimas. Era una nueva era política y social, y los que habíamos nacido en los años setenta empezábamos a llegar a la adultez (o seríamos los primeros en extender nuestra adolescencia hasta límites bochornosos). La música del futuro estaba siendo escrita en los compact discs, esa esfera plateada que parecía narrar lo que vendría. Empezaba la época del multiculturalismo y los medios de comunicación alternativos, la del grunge, las raves y el hip hop, la de la televisión por cable y la world wide web.
El 18 de noviembre de 1991, hace hoy veinticinco años, cuando faltaba poco más de un mes para la disolución final de la Unión Soviética, U2 lanzaba al mercado el esperado Achtung Baby. Aquellos para quienes U2 había sido una ayuda transicional adecuada desde la infancia a la adolescencia, un espíritu musical en el que entraban a la vez los ideales y la sexualidad, las buenas intenciones y la rebeldía, tuvimos que pasar varias veces el compact para absorber toda la información sónica que Bono y los suyos habían resuelto pasar.
La tapa caleidoscópica del disco, de por sí, anunciaba la multiplicidad y el desconcierto: eran muchas posibles tapas. Si Rattle & Hum había inspeccionado con fascinación el sueño estadounidense, tres demorados años más tarde (tres años en los que pasó de todo), U2 se iba de paseo por la Berlín reunificada y convertía los edificios fabriles vacíos en una gran discoteca.
El álbum alternaba experimentación sonora al borde de lo agradabilidad pop con baladas poderosas de amor melancólico.
Las letras de Achtung... abandonaban la megalomanía, la sensibilidad socialoide y la inocencia a gran escala y se hundían en las complicaciones íntimas. “Supongo que es el precio del amor”, decía Bono en “Ultraviolet (Light My Way)”. “El amor es ceguera”, en “Love is Blindness”. “Somos uno, pero no lo mismo”, en “One”, que presumiblemente hablaba sobre la propia banda.
Esa era de esperanza y desolación había encontrado su banda de sonido. Como todo cambio de época, aquel estaba teñido con el tinte del apocalipsis. La chica que hablaba acerca del fin del mundo mientras todos bebían y reían es una sinécdoque de ese disco grande, hermoso e incierto.
“One” merece un párrafo parte. Como dijo alguien alguna vez, las grandes canciones del rock son pop. Todas las grandes baladas, diría yo también, son sobre la depresión, sobre la imposibilidad. En “One”, U2 les daba un respiro a las sonoridades extrañas y se tiraba a la pileta del desgarro. Es una canción que suena a “volver a hablar después del desastre”. Se la puede comparar con “With or Without You”, la otra gran canción lenta y melancólica de U2. Sólo cinco años las separan, pero parece que un abismo: el que separa la fe de la decepción. Ninguna de las dos encaja del todo en un formato llanamente romántico, y ese plus de incertidumbre entre lo cool y lo berreta es lo que hizo que las canciones de U2 sobrevivan.
Los músicos que nos fascinan en la adolescencia suelen ser unos diez años más grandes que nosotros, compañeros que van más adelante y nos guían en el aprendizaje de los sinsabores vitales. En Achtung Baby, cuando sus miembros empezaban con sus crisis matrimoniales (las que nosotros tendríamos quince años más tarde), U2 dio vuelta todo, y le puso música a nuestra llegada a la adultez.
Era 1991. El Muro de Berlín se había caído sopresiva y pacíficamente en el 89, y con él nuestra forma de ver el mundo: la narrativa bipolar, la de los fantasmas rusos que vivían una doble vida detrás de esa frontera imaginaria y real llamada poéticamente la Cortina de Hierro; la de la narrativa del sueño hermoso y asfixiante de la sociedad de iguales. Aquel mismo 89, la hiperinflación había filmado escenas de hambre y descontrol en la Argentina. Habían empezado los noventa: la economía de los países de la libertad, acelerada por las promesas de algo que entonces se llamaba autopista informática, crecería como pocas veces en la historia, pero la nueva globalización dejaría sus víctimas. Era una nueva era política y social, y los que habíamos nacido en los años setenta empezábamos a llegar a la adultez (o seríamos los primeros en extender nuestra adolescencia hasta límites bochornosos). La música del futuro estaba siendo escrita en los compact discs, esa esfera plateada que parecía narrar lo que vendría. Empezaba la época del multiculturalismo y los medios de comunicación alternativos, la del grunge, las raves y el hip hop, la de la televisión por cable y la world wide web.
El 18 de noviembre de 1991, hace hoy veinticinco años, cuando faltaba poco más de un mes para la disolución final de la Unión Soviética, U2 lanzaba al mercado el esperado Achtung Baby. Aquellos para quienes U2 había sido una ayuda transicional adecuada desde la infancia a la adolescencia, un espíritu musical en el que entraban a la vez los ideales y la sexualidad, las buenas intenciones y la rebeldía, tuvimos que pasar varias veces el compact para absorber toda la información sónica que Bono y los suyos habían resuelto pasar.
La tapa caleidoscópica del disco, de por sí, anunciaba la multiplicidad y el desconcierto: eran muchas posibles tapas. Si Rattle & Hum había inspeccionado con fascinación el sueño estadounidense, tres demorados años más tarde (tres años en los que pasó de todo), U2 se iba de paseo por la Berlín reunificada y convertía los edificios fabriles vacíos en una gran discoteca.
El álbum alternaba experimentación sonora al borde de lo agradabilidad pop con baladas poderosas de amor melancólico.
Las letras de Achtung... abandonaban la megalomanía, la sensibilidad socialoide y la inocencia a gran escala y se hundían en las complicaciones íntimas. “Supongo que es el precio del amor”, decía Bono en “Ultraviolet (Light My Way)”. “El amor es ceguera”, en “Love is Blindness”. “Somos uno, pero no lo mismo”, en “One”, que presumiblemente hablaba sobre la propia banda.
Esa era de esperanza y desolación había encontrado su banda de sonido. Como todo cambio de época, aquel estaba teñido con el tinte del apocalipsis. La chica que hablaba acerca del fin del mundo mientras todos bebían y reían es una sinécdoque de ese disco grande, hermoso e incierto.
“One” merece un párrafo parte. Como dijo alguien alguna vez, las grandes canciones del rock son pop. Todas las grandes baladas, diría yo también, son sobre la depresión, sobre la imposibilidad. En “One”, U2 les daba un respiro a las sonoridades extrañas y se tiraba a la pileta del desgarro. Es una canción que suena a “volver a hablar después del desastre”. Se la puede comparar con “With or Without You”, la otra gran canción lenta y melancólica de U2. Sólo cinco años las separan, pero parece que un abismo: el que separa la fe de la decepción. Ninguna de las dos encaja del todo en un formato llanamente romántico, y ese plus de incertidumbre entre lo cool y lo berreta es lo que hizo que las canciones de U2 sobrevivan.
Los músicos que nos fascinan en la adolescencia suelen ser unos diez años más grandes que nosotros, compañeros que van más adelante y nos guían en el aprendizaje de los sinsabores vitales. En Achtung Baby, cuando sus miembros empezaban con sus crisis matrimoniales (las que nosotros tendríamos quince años más tarde), U2 dio vuelta todo, y le puso música a nuestra llegada a la adultez.
Publicado en Brando, número de diciembre de 2016.
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