Generaciones que navegan entre dos pogos
Vuelvo en taxi por la avenida Santa Fe, un viernes caliente de invierno a la noche, con mi hija Benita. Ella va mirando por la ventana izquierda. Tiene 12: tiene puestos short, borceguíes prestados por la madre y sombra en los ojos. Volvemos del baile de su grado, séptimo. Benita es una nena, todavía, hoy disfrazada de mujer, y ve llegar con ansiedad, sorpresa, temor y entusiasmo el muro del coming of age. En los mediodías sale sola a almorzar con las amigas, y descubre la ciudad. Los sábados, a veces, va al Recoleta Mall con sus viejas amigas del primario o con sus nuevas amigas de este año de ingreso a los colegios secundarios de la UBA. Es su era de la transición, la era de la pérdida de la inocencia, la era brillante e intensa del pase de postas. Benita tiene unos ojos celestes amorosos y ávidos, es una creadora de lazos, es firme y, claro, caprichosa.
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