Un poema de 1996
Entonces le puse de título La favorita; fue premiado en un concurso de una revista de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras en cuyo jurado estaban Arturo Carrera y Delfina Muschietti, mis mentores en esto de la poesía, a quienes tanto agradezco, retrospectivamente (este poema tiene mucha influencia de la poesía de Arturo, creo). Delfina me dijo que habían creído que el autor era una persona mucho más grande; la verdad que no parece un poema escrito por un chico de 24 años.
F.: te haré ahora las
preguntas
que nunca te había hecho
pero antes quiero que
veas
a quien llamo "el
ser feliz".
Está ahí recostado,
recortado
para todas las miradas
en la angustia ancha de
los catorce años.
Sus arbitrariedades en
torno
al discurso de la familia
no lo hacen más correcto,
pero él todo esto no lo
sabe.
Y no es un mono.
Y venías, divina
propiamente,
entrabas contra mí pero
siempre
escapabas
con el único gesto, culpable
o qué
donde me dejabas
paladeando
"las circunstancias
de una huida tal".
O salías.
No me gustabas esa noche,
llevabas
un vestido negro
que dejaba ver
lo más sólido de vos
-lo más perfecto, la
perfección
de las espirales, de las
cúpulas.
Tal vez, sin toda la
carga de maquillaje
que había en tu rostro,
la carga
que tuve que esperar te
pusieras
mientras decía lo que
dije
sin poder decirte lo que
en verdad
hubiera querido escuchar
de mi voz;
de vos o de otras,
unas...
En vez de Miles Davis, la
gente
(mis "amigos",
no te olvides)
ponía música de salsa.
Pero ahora, que escucho
música más liviana
me acuerdo "de lo
que tenía preparado para vos",
de cuando me fui para el
lado de la pileta
que en los bordes de
cemento que la rodeaban
tenía curvas apropiadas
para el momento kitsch
que ocupaba esa casa
en nuestras
imaginaciones, los decorados fetichistas
de la mujer de Valerio.
Fui y miré "el
asado" desde fuera,
voy y me
"salgo".
O salías, cada noche,
con un gesto de poco aire
y me contabas que cuando
eras chica
te gustaba Gervasio.
No era yo el que me
quedaba sin aire
sino vos, eludías
lo poco triste que yo te
contaba
y acaparabas lo otro, lo
más estúpido.
La carga aquella, la de
sentirse
"afuera", pero
no como lo que se revuelve
en espasmos sino la luz,
la luz o certeza,
el ritmo con que
manejabas
cada doblez, cada esquina
de mis palabras,
de mi ansiedad.
Te dejabas los zapatos,
me pedías:
"Ventura, ¿puedo
dejar los zapatos en tu auto?",
y nos íbamos con todos,
al centro del asado,
y vos ibas con los pies
descalzos,
apenas una luz, otra más,
blanca,
detrás de tu vestido
largo,
negro, era Jaime
quien los tomaba entre
sus manos
y no yo. Yo me preguntaba
si tal vez, me lo
preguntaba
al borde de la pileta,
si tal vez, esa luz, el
gesto de acariciarme
el hombro y apretarme el
cuello,
después, el que harías,
pensaba si esa luz
no te protegía de mi más
acá,
de mis preguntas opacas,
de la excusa,
un año antes,
del whisky en la mano
para decirte
"vos lo sabés, vos
lo sabés".
Esta vez el vaso, la
copa, con agua mineral
se me cayó a la pileta, y
lo vi caer.
A veces subía, en la
caída,
y volvía a hundirse
hasta quedar seco, hueco,
de costado
contra el fondo, celeste,
en la parte
donde unas azaleas
reflejaban su sombra,
la sombra de la luz que
un reflector
potente, anticlimático,
otorgaba a las plantas
del jardín.
Y esa luz, también, o el
ángulo donde
yo estaba, me dejaba ver
nada más
tu cara y la espalda de
algunos
y sólo vos, una luz, tus
ojos, blancos casi,
que esa noche
tampoco me gustaban
se dejaron ver por mí,
pusieron anhelo,
afloraron con un mínimo
asombro
al estado de conciencia
de un vaso
que cae sobre el agua.
Gervasio te hablaba de
los nombres de los autos
enfrente de Jaime, tu
amante (mi amigo, no lo olvides),
que hablaba con la chica
de los ojos con líneas y yo,
lateral, me pregunté
si esa carga no tendría
que ver
con otras, pero no,
no me lo pregunté
como una pregunta triste,
elegíaca,
sino en el mismo tono en
que Gervasio
te hablaba ahora, creo,
de los adolescentes que
componen poemas
en honor de sus mujeres. Yo
sentía un odio,
lo intenso de una
exactitud,
la potencia de las
posiciones,
el vaso con agua cae al
agua;
el amor hipotético que
podrías tener por mí
se desvanece, pensé,
como un ojo que no
registra la conciencia
de su propio asombro,
vaso que cae al agua, con
agua
y no estalla, resbala
sobre ninguna superficie,
se llena de un agua que
rechaza
los cuerpos duros. Se
resiste a caer.
Poblaba el jardín
con extraños santos,
figuras problemáticas,
antiguas. Pensaba en mis
otros amigos,
los que corrían desde la
infancia,
en ellos como atletas
griegos.
Y no como nostalgia ni
alguna
forma de
"centro".
El "asado",
"fuera" y la diversidad
que salía de todas las
miradas,
rápidas. Pensé en
nosotros
como patos orgullosos en
el estanque
de un zoológico viejo,
desatentos
a la música de una banda
lejana,
patinando en las ínfimas
olitas.
De todo encuentro, fuera.
Con la voz con que
auscultabas, ensordecida,
nuestro probable acuerdo.
De manos
o gestos no esquivos, más
cercanos
a la velocidad del baile,
o tal vez,
de una furia coqueta.
El sonido mezclado o no
de tu voz con la nieve esa
que da luz a las
variaciones donde se baila,
"pistas" para
evaporarse
los ojos más hermosos,
bellísimos,
los ojos de quien mira
por la ventanilla
y piensa con dureza
"todo es paisaje".
Las protestas por la
flexibilidad
y una manera en la que
nadie notaba
que te ibas no era todo,
de vos:
estabas. Y dejabas más
que una prenda,
un empeño para la calma
que superpone las voces
discordantes...
¿Con qué, con las tiritas
en la piel,
las pecas? ¿Con qué
nadabas en el río
Uruguay? Pronto se va. Lo
que recuerdo,
lo que es recuerdo es
manera
nunca recta de mirar.
Medallones de menta, te
regalaba.
Como partes de un
trueque.
Con la "pala"
con la que a través del aire
nos separabas, nos
cortabas
nos dábamos sólo con tu
sombra, ella,
la de una quietud
fluvial, hecha de líneas cortadas,
puntas de la espumita del
mar que iba llegando,
y el "riguéi"
que habia pedido Quique, la sombra
con la que no te
apartabas ni te mostrabas
ni prestabas atención a
frases mías desligadas
de su contexto
"oceánico"
sino tal vez pretendías
desunir lo que...
"Calamaro" con
su noviecita "Yoko Ono"
abriendo los botones de
su suéter blanco
deja que floten
en la bruma de los
cabellos Shakesperian-rag del "Cala"
y nadie, más allá, en donde
el viento pegaba
y los gurises tirándose
en el pasto
y la gente, nuestros
amigos, costumbre uruguaya,
aplaude el atardecer.
Miles, decías, de
gurises.
Pibitos, decías, mosca.
¿Por qué en esta playa
retirada?
La firmeza de un color
violeta, pensé,
no tarda en darte la
respuesta.
Tus anteojos ciertos
desmentían cualquier
desvío,
desvirtuaban cualquier
aproximación.
Veías violetas los
"kimonitos" de algodón
de los chicos de la
colonia.
Precisión: la firmeza no
necesita precisión.
Con ella, con la que nos
rasgabas,
nos desunías, no amábamos
más que unas tardes,
esas, las de un ritmo
cortante
en las estrellas que iban
viniendo,
más aún que el viento.
Cada noche un juego:
romper
una botella mientras ibas
al baño
y yo a Quique le daba
explicaciones "aéreas".
Con eso nos desunías, con
lo que,
en apariencia, fortalecía
nuestros
"ávidos"
intereses. Con la música
con la que trazabas
círculos...
Ella entendió que yo le
decía
que los huecos de la Estrela Nova
no podían caber en mi
cabeza
mientras hubiera bebido
y cuando fingió
comprender el error
me dijo
que no tuviéramos
"esta conversación"
que tal vez así, bajo el
cielo y las estrellas "vulgares"
entenderíamos que la
fiesta, el concepto de la fiesta,
ya estaba muy lejos,
no nos alcanzaba.
Los cangrejitos de un
"dolor fértil"
y mi vodka, con tónica,
esta vez. Podíamos seguir
hablando
tal vez inadvertidos
detrás de panoramas,
especies de marcas donde
se colaban
milagros de ternura,
territorios
del silencio.
Tal vez fuera mejor que
nosotros dos,
"héroes de ningún
reemplazo",
olvidáramos el rigor
dialéctico de una noche así
en favor de cuestiones
más abstractas, todavía...
5 comentarios:
Hermoso poema, Santiago. Un abrazo.
gracias alejandro! abrazo
Divino. Me caí con el vaso de agua en el agua. Mua.
gracias pau!
GUAU
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